viernes, 9 de abril de 2010

Una Guerra Civil, ¿ES NECESARIA?



El frío se calaba hasta los huesos, le pesaban las horas  de vigilia en la trinchera. A pocos metros de allí la línea enemiga se embutía en una nube de espesa niebla.
Esperaban un ataque en cualquier  momento, por eso bajo el casco gélido sus ojos escrutaban la oscuridad. Debía dar el alto al menor atisbo de movimiento, comprobó que el seguro de su fusil  se hallaba  suelto por si tuviera que disparar, y cantó una canción para sus adentros.

Bajo  el bolsillo de la camisa,
guardó apretada junto  al pecho  la foto de su familia: sus padres y su hermano Javier que justo ese día cumplía los  dieciséis.  Sonrió, sentía  el tacto de su nariz entre sus manos pues  jugaban  a  tirar de ella con frecuencia. Contemplaba el  pelo rubio, lacio, que  se le proyectaba  disparado  con   divertidos  torbellinos sobre la coronilla, y una mata que dejaba caer sobre sus ojos con aquellos  intensos gajos índigos. Un nudo se agarró  a  sus   tripas cuando le recordaba. Con dieciséis, seguramente a estas alturas le  habrían reclutado ya.

 Su  pueblo quedaba en la frontera de los bandos, de hecho algunos al estallar la guerra se mudaron  a los aledaños para evitar que los capturaran unos u otros.
 Luis  se alistó enfebrecido  el mismo día del anuncio de la contienda,  los himnos resonaban  festivos como panegíricos del perfecto soldado. Les trataron como a  héroes.  Creyó  que cumplía con su obligación.  Honor, pueblo, patria  y libertad  se  atornillaron aquel amanecer en su cabeza entre los efluvios del orujo recién destilado.

A las pocas jornadas  comenzó la guerra de verdad. A Fernando, su vecino le  fusilaron  frente al cementerio,  todos sabían la razón. ¡Pero ... si ese hombre no entendía de política, nunca  le gustó,  tampoco los abusos!  Su casa destacaba por su grandeza   en varios kilómetros alrededor, casi una mansión con aquel camino en la entrada donde  los álamos balanceaban   su sombra generosa. El  trato de Fernando destacaba  por su sencillez  y trabajaba como el que más. A menudo, al  columpiarse los primeros rayos por la ventana su silueta se coló franqueando la verja del portón . 
Esa misma noche también arrastraron de su hogar  a Pascual y al chico de la Encarna entre los gritos de ésta. Ésos, más pobres que las ratas. Nadie podía explicarse qué ocurría  realmente o por qué.

Les colocaron frente a la pared  sin juicio previo, sin juez, al amparo de la oscuridad con un pretexto banal dispararon a quemarropa después de  obligarles a cavar su propia tumba.

Así las horas del crepúsculo se convirtieron en  largos calvarios de sueño inconciliable, nadie podría jurarse a salvo de la envidia, del dedo acusador. Si golpeaban con los nudillos  una  puerta  bajo el manto de  la oscuridad, un  silencio sepulcral invadía la calle, ni siquiera los perros  osaban ladrar cuando el sonido de las botas se clavaba contundente  sobre los adoquines.

Las casas de los finados rápidamente fueron ocupadas, algunas destinadas a cuarteles de avituallamiento  y otras simplemente pasaban a ser propiedad de la familia o amigos de los mandamás.

Muchos  se echaron al monte, Luis  al principio no les comprendía,  aunque al parecer, del otro lado los rumores contaban que también se mataba  a sus paisanos para salvar a la patria, en nombre de la misma  libertad.
  Durante aquellos días, descubrió que no existía una sola verdad.  Los discursos no eran sino diatribas  que se esgrimían a modo de justificación.
La gente comenzo  a mirarse de reojo, con cuidado de fraternizar en secreto, nunca a  la vista  de los demás. Se formaron grupúsculos que alimentaban componendas acordes a sus estrategias.

Y por primera vez , a los dieciocho años  descubrió que existía otra dimension de las personas, de la vida que nunca imaginó. Entre la miseria reconoció sus caras y las verdaderas motivaciones de la intransigencia, el sabor amargo de la perversidad.

1 comentario:

Clara dijo...

Muy logrado. Una intro que me une emocionalm al protagonista y a la situación q está viviendo: texto y lector se funden en una misma realidad. Luego,la descripción breve pero muy realista de lo que fue esa horrorosa guerra en verdad, una tragedia sin sentido. Finalmente, una conclusión filosófica sobre la naturaleza humana.
Me lo he creído todo. Estoy con Luis y estoy triste porque no me gusta lo q estoy viendo (bueno, lo que veo a través de él).
Felidicades, Mimí, es chulísimo.

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