miércoles, 14 de abril de 2010

¡¡El viento!!

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Aire en movimiento... ¡Viento!




Me dirigía a  la parada del bus un día a comienzos del otoño, el viento soplaba con todas sus fuerzas.
 ¿Sabéis? ¡A él no se le ve a simple vista!
Pero yo sentía su mano empujándome durante todo el trayecto,  y no quiero pasar por loco, aunque… ¡También me habló! No os lo vais a creer,  me dijo que era un mal día para ir en bus porque se encontraba un poco morriñoso. Cuando eso le sucede, al señor viento le da por soplar y soplar, y a veces las casas se levantan suspendidas en remolinos, y en su ojo puedes permanecer muchos kilómetros.
-Es fascinante, aseguró. ¡Y  también muy peligroso!
Así que a pocas manzanas ya de la estación, agotado como estaba  de tan amables empujones, con el pelo alborotado y las cejas que parecían las de un gato me detuve  en la primera boca del metro.
Bajé las escaleras sacudido ahora por una marea de cuerpos humanos, y luché para desprenderme de esa corriente. Saqué de mi maletín el uniforme de los sábados mientras me quitaba  mi viejo abrigo de lana  y el sombrero de fieltro. Al tiempo que  comenzaba a maquillarme sentí cómo los rostros de los  caminantes comenzaban a  dibujarse como seres individuales, ahora  de la marea aparecieron unos coletines, y luego dos manos enlazadas.
-¡Mamá!, ¡mira, un payaso!
Del bolsillo de la derecha tomé una cartulina y con mi rotulador rojo  comencé a escribir:
-ANUNCIO para  los viajeros  con destino al  Sábado literario de Mercedes. Si desean obtener sus entradas acudan aquí.


Un señor con expresión huraña se plantó allí mirando; entonces con un gesto le levanté la mano, como parecía congelado le colgué el cartel y lo giraba de vez en cuando.
La señora con su niña sacó su cartera y preguntó:
-¿Cuánto es?
Tomé mi maletín, la calculadora, y le aseguré:
-¡No tiene usted vidas para pagarlo!
La pequeña me sonrió, alzó la mano y al vuelo cazó una brizna de viento.
-¡Aquí lo tengo!
Del  bolsillo del pantalón saqué una botella al principio minúscula, tomó cuerpo hinchándose cada vez más grande a medida que asomaba. Aunque como iba a contener una brizna se quedó  enana, la descorché y un remolino tremendo atrajo la mano de la pequeña.
-¡Ábrela!-, grité
Cuando la abrió,  la brizna se introdujo sola formando un torbellino  verde muy bonito.
Entre línea y línea de metro apareció en el andén suspendida   una nueva locomotora; la gente  formaba en  fila india, cada uno con su propio maletín y su soplo o su brizna,  su exhalación, su aliento, un bufido, un susurro, un silbido, un suspiro… contenidos en sus manos.
Tomé mi repuesto de botellitas en vidrio y  me coloqué mi visera de  revisor.
Una vez sentado en la máquina, pensé que podía ser un ‘déjà vu’. -¡Pero no!-, me dije.  Conduzco con regularidad este tren y mis viajeros son de lo más  rutinarios  y sus  oficios de lo más monótono: uno es  mercader del  tiempo,  otra lanza Susurros a diestro y siniestro, (todos parecen poseer un elemento en común, me temo que les  encantan los gatos). Incluso un tal  Pipirigayo,  se dedica a hacerme  retratos. A ver si os gusta como quedo.  Y bueno, no os entretengo más que hay arrancar ya.
 -¡¡¡¿Preparados? ¿Listos? Ya!!!                   
¡Agarren el viento!  



1 comentario:

*** dijo...

¿ Me dejas subir ? Es para pedirte una maravillosa botellita de esas..., sabes..., es para mis briznas de vientos,antes que se transformen en tempestades...

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