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Aire en movimiento... ¡Viento!
Me dirigía a la parada del bus un día a comienzos del otoño, el viento soplaba con todas sus fuerzas.
Pero yo sentía su mano empujándome durante todo el trayecto, y no quiero pasar por loco, aunque… ¡También me habló! No os lo vais a creer, me dijo que era un mal día para ir en bus porque se encontraba un poco morriñoso. Cuando eso le sucede, al señor viento le da por soplar y soplar, y a veces las casas se levantan suspendidas en remolinos, y en su ojo puedes permanecer muchos kilómetros.
Así que a pocas manzanas ya de la estación, agotado como estaba de tan amables empujones, con el pelo alborotado y las cejas que parecían las de un gato me detuve en la primera boca del metro.
Bajé las escaleras sacudido ahora por una marea de cuerpos humanos, y luché para desprenderme de esa corriente. Saqué de mi maletín el uniforme de los sábados mientras me quitaba mi viejo abrigo de lana y el sombrero de fieltro. Al tiempo que comenzaba a maquillarme sentí cómo los rostros de los caminantes comenzaban a dibujarse como seres individuales, ahora de la marea aparecieron unos coletines, y luego dos manos enlazadas.
-ANUNCIO para los viajeros con destino al Sábado literario de Mercedes. Si desean obtener sus entradas acudan aquí.
Un señor con expresión huraña se plantó allí mirando; entonces con un gesto le levanté la mano, como parecía congelado le colgué el cartel y lo giraba de vez en cuando.
Del bolsillo del pantalón saqué una botella al principio minúscula, tomó cuerpo hinchándose cada vez más grande a medida que asomaba. Aunque como iba a contener una brizna se quedó enana, la descorché y un remolino tremendo atrajo la mano de la pequeña.
Entre línea y línea de metro apareció en el andén suspendida una nueva locomotora; la gente formaba en fila india, cada uno con su propio maletín y su soplo o su brizna, su exhalación, su aliento, un bufido, un susurro, un silbido, un suspiro… contenidos en sus manos.
Una vez sentado en la máquina, pensé que podía ser un ‘déjà vu’. -¡Pero no!-, me dije. Conduzco con regularidad este tren y mis viajeros son de lo más rutinarios y sus oficios de lo más monótono: uno es mercader del tiempo, otra lanza Susurros a diestro y siniestro, (todos parecen poseer un elemento en común, me temo que les encantan los gatos). Incluso un tal Pipirigayo, se dedica a hacerme retratos. A ver si os gusta como quedo. Y bueno, no os entretengo más que hay arrancar ya.
-¡¡¡¿Preparados? ¿Listos? Ya!!!
¡Agarren el viento!
1 comentario:
¿ Me dejas subir ? Es para pedirte una maravillosa botellita de esas..., sabes..., es para mis briznas de vientos,antes que se transformen en tempestades...
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