viernes, 9 de abril de 2010

Círculo circunscrito



Se negaba a sí mismo, se escondía de sus impulsos más humanos tras el celibato de las palabras. Así, en vez de decir: ¡Bésame! ¡Déjame ser tuyo!, escribía una extensa lista de signos en los que incluía cadera o roce, y los ataba con hermosos hilos de metáforas indescifrables para nadie que no fuera él.


Se acostaba con su pensamiento y, al despertar, su cuerpo la reclamaba profundamente herido. Un día mandó imprimir el total de sus poemas dedicados a ella. Armándose de valor se acercó a su casa y, de paso, tomando el café le regaló aquel librito.


¿Qué esperó? Quizá que ella lo supiera para no tener que explicarlo, que le amara sin apenas haberlo visto.


La mujer le miró desconcertada, no sabía que escribía.


Él salió disparado ante el temor de que comenzara a leerle, allí mismo. Y la tortura de su templada voz amenazara las trincheras construidas durante años y penetrara como las balas silbando en su oído. ¡Moriría allí mismo, si ella le recitaba!


Mientras se daba la vuelta, Elena miró perpleja a aquel tipo; siempre igual, tan frío, tan lejano, tan rarito.


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