¡Bragas, cuatro euros!
La lluvia aguijonea el suelo adoquinado y me clava los dientes como alfileres en los brazos. Un polvillo ocre con restos de orín salpica mis pies y penetra denso en mi olfato mientras me dirijo al centro de la ciudad, al mercado. Dos calles principales confluyen cruzándose y el traqueteo de los carros de bueyes trasportando las vasijas de aceite, las de vino, renquea atronando en mis oídos. Aún es de noche, el cielo está agotado y se desgrana con fiereza sacudiendo lágrimas profanadas que un amo provoca inmisericorde.
El collar de bronce que llevo aprisionando mi cuello con el nombre de aquel que me compró, hoy me pesa más que nunca. Sus tiras invisibles marcan con latigazos mi espalda, fustigan mi mente lacerándola a cada momento con el sabor de sus abrazos ímpios. Me estrangula con sus manos metálicas, y me señala como cualquiera de los objetos que llevo a vender.
Naci sierva, soy esclava desde el día en que me engendraron, ni siquiera con derecho a tener padre, sólo amo. Aunque fuera él, un patricio de toga morada, (obtenida con la sangre de miles de múrices en el taller), el que en una plaza igual a ésta compró a mi madre, apenas trece años antes. Aunque fuera él, una noche como ésta el que la forzara como a un perro.
-¡No!, a sus perros no les haría tales cosas,¡como a una esclava!
Hoy no llevo vasijas para vender, ni togas de lino, ni stolas para cubrir el cabello de las mujeres casadas, no llevo sandalias caligae para los soldados que necesitan que las tiras aferren sus pies durante la lucha.
Hoy soy yo el trofeo, el fruto de mi vientre encadenado el que se expondrá al latigazo del deseo de montones de ojos lascivos, a las ásperas refriegas de hombres libres con sus cuerpos nauseabundos.
Lo sé porque en esta misma plaza, en el centro justo del imperio, se trafica con seres humanos.
Al fin he llegado a mi puesto:
El mercado de esclavos.
Este título fue mi aportación a una experiencia de creación con el colectivo de los Sábados literarios. Todos escribimos un texto con él.
2 comentarios:
Aiggg, Mimí, que tan malos no eran, al menos tooos los romanos. La múrice que viste el patrício no lo convierte en senador honorable, es un canalla, mala suerte tuvo la bella esclava, no toparse con el dulce Quinto que a las esclavas, lo sé, les da besitos y les hace...uyy, sin saberlo, hijitos. Pero el látigo ni verlo. Tonto patrício que estropea su própia mercancia, eso no se hacía, voto a Vesta.
Me ha encantado el perfume a mercado, algo sudoroso, algo polvoriento, y ese sol bajo los pórticos, de injustícia que no Justícia, otra diosa romana. Besitooos !ave!felicidades.
Por fin, Natalí, no sé dónde se han metido mis comentarios de estos días, al menos el tuyo ha aparecido.
Me hace mucha ilusión que precisamente a tí te guste, porque es la mejor muestra de que me documenté bien.Besitos
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