jueves, 1 de abril de 2010

Hace frío, mucho frío.

No volvían

El viento se había levantado ligeramente más templado de lo habitual.
Los últimos inviernos ya no caían como antes, llegaban tarde y se iban apresurados.
Melisa miró con preocupación la gruesa capa de nieve que se mullía bajo sus pies,  de día  en día  la encontraba menos densa … más  menguada. Olió el aire para ver si llegaban sus pequeños, apenas unas jornadas atrás ellos no se hubieran separado de aquel reconformante iglú, anduvo  unos pasos escrutando la inmaculada alfombra. Encontró las huellas de sus minúsculos pies almohadillados, y una gran sonrisa le surgió desde el corazón. Los pasos se perdían al poco de salir de la guarida, al entrar en campo abierto.
Sus ojos  erraron en el horizonte,  la blanca inmensidad de ese su hogar le produjo un escalofrío.
Y se confirmó su presagio, un crujido anunció el comienzo,  se escuchó  en todo el casquete como un serrucho  gigantesco rasgando con tiza el aire.
De pronto vio a sus dos muchachos correr delante de un enemigo invisible. El corazón se le puso a mil, dudó entre  esperarles, acudir en su dirección o qué, no podía precisar qué iba a ocurrir.
Entonces el suelo se agrietó bajo sus pies, contemplaba atónita  cómo se fracturaba en una telaraña de islotes.  Una avalancha rápida de agua y bloques de hielo comenzaron a chocar unos contra otros.
   ¡Sus pequeños!  Ya queda poco, se dijo para sus adentros y comprobó como el más regordete de los dos, Martín,  se lanzaba al agua para aguantar.
   ¡¡No!! Gruñó, te aprisionarán las placas de hielo, ¿no ves que cambian de sitio?
Ya era tarde.
El más largirucho, Gabriel, acercó el hocico húmedo refrotándose contra su madre.  El otro quedó colgando con las patas sobre una de aquellas balsas níveas que se movían de manera impredecible.
   ¡Sube! ¡Súbete antes de otra plancha choque con la tuya!   El pequeño miraba con desconcierto sin lograr sacar el cuerpo del agua, la placa se acercaba rápida hacia ellos.
Ocurrió en un segundo, mamá oso agarró  con las  fauces a su pequeño  del pellejo, lo elevó mientras sus cuartos traseros chorreaban y lo depositó  con sumo cuidado  a sus pies. La pieza en la que se apoyara quedó deshecha unos segundos más tarde.

Ahora los tres navegaban a la deriva en la incógnita de  un mundo que se desvanecía por el calor, ajenos al significado de la palabra Contaminación.

      
 
Y es que hace frío, poco frío.



1 comentario:

Pablo Álvarez Corredera dijo...

Más allá de lo que expresa o quieres expresar con el texto en si. Que esta very good. =)
Me gusta.. todo el ambiente a "adivinanza" que se genera ocultándome realmente de lo que me hablas hasta más entrado en el relato en si.
Más que nada.. porque aparte de generar una determinada curiosidad en el lector por seguir leyendo.
Además... porque a mi parecer, también le da una idea aún más "global" a la idea que deseabas expresar; pues yo he pensado en esquimales, pingüinos... antes de que en unos lindos ositos. :P

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