sábado, 3 de abril de 2010

¡Tiro dardos!





Desde niña mi juego preferido fueron los indios y los vaqueros. Inventábamos fabulosas historias arrastrando a los indígenas por el suelo esperando con sus flechas la ocasión propicia para capturar un búfalo. Luego entraron en la contienda los forajidos con sus revólveres e indefectiblemente la contienda siempre acababa en coscorrones y tirones de pelo con fuego verídico y una batalla campal hasta que la abuela nos mandaba a la calle ¡a jugar! sin aborígenes, sin caballos, sin cartucheras, sin espuelas, ni salvajes cabelleras. Y con el paso del tiempo, trasladamos la lucha cuerpo a cuerpo por otros dardos más sutiles, con más tino y más veneno, sin disturbar la siesta de los mayores para que los muertos al menos cayeran en silencio.

Afilamos mucho los puntas, ya fuera lengua o lápiz, os mostraré un ejemplo:

El desierto silbaba sobre sus ruedas, aquel artilugio similar a una carreta tenía el tubo de escape saltando desde el capó y levantándose por encima de nuestras cabezas.

¡Oiga, quite ese trasto de ahí, no tenemos por dónde pasar!, me dijo un ilustre diputado del Pensamiento de Paz señalando el horizonte vacío.

Metí en un caja de balas de madera todos los prejuicios, sin miramientos los amontoné.


Y le sugerí ¡Dele a la manivela!

Tras cuatro braum braum braum la chimenea comenzó a humear y un ejercito de alacranes  trabajó al unísono trasladando los condenados libros de Carver, de Burroughs, de Bukowski, de kerouac, Melvile y hasta se llevaron el crucifijo, el yin con el yan, una cábala, la media luna de Alá y un pañuelo palestino, mezclado con los versos de Baudelaire; por último cargamos con el estigma del plano de la unión europea que contenía un listado con todo lo que era pecado envuelto en un lazo rojigualdo lacrado.

Y al cruzar la frontera los vendí en el estraperlo sin problemas, creo que algunos hasta volvieron al desierto camuflados entre las plumas “Recuerdo de los indios” que se adquirían en las boutiques de todo a mil.

¡Ah, las apacibles tardes de domingo sacando punta al lapicero con los niños del vecindario!


(¿Alguien ha oído como suena el pelo de tu amigo cuando tiras de él, cuando se escurre tirante entre los dedos? Al que tira, se le pone cara de gustito y al otro parece que le practican un liftin facial).

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