lunes, 10 de abril de 2017

Misivas en el tiempo. Caminus stelae



Tres caballos han atravesado las pilastras de la villa, escrito en una se lee: 1919 leguas  a Roma, pero solo uno descabalga y avanza sin armas. Los siervos salen a recibir al viajero.

-¡Ave!
-¡Ave! Necesito ver al señor de la casa,  dominus Aurelio.

El siervo mejor vestido lo observa con cautela, levanta una mano y dos guardias lo acompañan al interior de la vivienda. El olor de los nardos les guía, acceden a un patio de columnas marmóreas. En la estancia, hay además un estanque con carpas, un pequeño jardín y detrás una mesa. Entre la vegetación un hombre de unos treinta años con una hermosa  túnica  los observa entrar. De pronto, a varios metros de la mesa, los guardias se detienen cortando la marcha al viajero. Este saca de entre sus ropas un pergamino enrollado y lo entrega, intenta girarse, regresar pero estos -con un  solo gesto- amagan el movimiento. El hombre de la túnica permanece de espaldas frente a la mesa cuando lo desenrolla.

¡Ave Aurelio!
Canta albricias pues está será mi última misiva. En breve zarparemos desde el puerto de Ostia, atravesaremos el mediterráneo, y en tres meses, si los vientos nos son propicios, me tendrás de vuelta en la casa de nuestros ancestros…¡Por fin volveremos a vernos, amigo, después de 20 años!

Aurelio no sigue leyendo, sus manos tiemblan, y toma asiento. Luego se levanta, se gira,  y el viajero descubre la piel roja, igual a las carpas, y el sudor que cae profuso desde su frente. Cabizbajo, Aurelio murmura negando con la cabeza: ¡Tres meses es mucho tiempo! ¡Demasiado tiempo! Ahora su voz tiembla: ¡Que la tierra me sea leve!.  A un movimiento de su dedo índice le acercan una tablilla con cera templada, toma el punzón y escribe:

¡Ave Marcus!

Te estaré esperando al pie de la calzada, lee las estelas.


Misivas en el tiempo

Caminus stelae.


Texto Ana Rico M.

Imagen Berenice Abbott, fotógrafa estadounidense.

Relato publicado en abril 2017 en una revista cultural

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