Sonrió para él, iba a hombros de una grupo de guerreros embravecidos por la victoria. El júbilo por sus azañas se extendía por Augusta Emérita. Habían comenzado el paseillo sobre hermosos caballos árabes traídos de la Bética. Una corona de laurel resplandecía sobre su frente. Cuando atravesaron la plaza los mercaderes instaban a sus esclavos a recoger los puestos; !El emperador salía a recibirlos! Les esperaba en el Decumanus, el punto medio norte -sur de la nueva civitas. La ciudad entera seguía el estandarte en un griterío mareante . Pasaron la basílica, algunos magistrados habían salido al oír el anuncio de los vigías. A pocos metros la vio ... como una diosa, en realidad era una diosa, pero él no lo sabia. Sus ojos castaños se enredaban en su sonrisa, los pliegues de su fina túnica jugaban cincelados por la curvatura de sus senos. El cuerpo le restalló, deseaba que la joven le mirará solo a él, y sin darse cuenta elevó la frente, sacó pecho y tiró de las bridas con energía. El animal levantó sus patas en el aire gimiendo con intensidad. Se agarró a las crines y consiguió mantenerse sobre el caballo pegándose a su lomo. Un segundo después estaban ante el templo de Isis. Reconoció el pecho al instante, los pliegues de la túnica se recreaban con intensidad, dos cíngulos marcaban la guitarra de su vientre. Sintió la tentación de tocarla. Descendió del caballo , se aproximó, y al inclinar la cabeza en el suelo se descubrió alargando la mano para tocar su pie helado.
Los dioses solo son réplicas de humanos
Ana Ruibarbo- Rico: imagen y texto.
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