Sonaba un ulular muy bajo, una melodía tísica por momentos hasta que desapareció en el umbral del silencio. Rompía septiembre, la segunda quincena, decían que se avecinaba un vendaval y agua, nubarrones que inaugurarían el otoño. Y así salimos, pertrechados de chaquetas y paraguas, zapatillas por si acaso, y el sol nos arreó con la fuerza de un pelotari en el frontón. También decían que no debería una fiarse del "hombre del tiempo" y eso que tarde o temprano las isobaras bajarían. Y lo hicieron, pero aún tardaron tres días, mientras nos coronamos con la curiosa decoración del portalón.
Donde tus pies te lleven
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