-Un día hablaremos de los pasos que me llevaron al otro lado. No me arrepiento de nada -me dijo-, al pitido del conserje subió la escalerilla y siguió gritando ante el silbido del tren. Aún guardo la carta, nunca se la entregué. ¡No se hubiera ido! ¡Y su mente hacía tanto que cruzó aquella maldita frontera!
Al cabo de unos meses comenzaron a llegar pequeños paquetes, siempre abiertos al pasar la aduana. Las palabras en una clave que nunca acordamos resultaban lacónicas ... Estoy bien ... conseguí trabajo ... aquí somos ciudadanos de tercera ... los barracones están llenos de compatriotas que trabajan a destajo con la esperanza puesta en sus familias ... hace frío, mucho frío ... algunos nunca regresarán, aquí serán enterrados ...
Un mes el cartero dejó de presentarse, esperamos en silencio, la bici se alejaba con un chirrido de desasosiego sin detenerse en el buzón.
Pusimos su nombre en una lápida, y un lugar: Alemania.
Texto: Ana Rico - Ana Ruibarbo 2013
Imagen: Tom Staller
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