Soy una extraña que se mira a si misma desde el otro lado de la ventana. Me oigo bajar las escaleras en tropel y siento còmo mis mocasines se traban en los últimos peldaños. Acabo con la cabeza en las baldosas, he notado un golpe seco en la boca. Las rodillas me arden como fósforos. Me miro e intento no empatizar con esa niña que pasa de puntillas delante de la puerta de la sala de estar. Lleva el pelo despeinado y los ojos llorosos, las mejillas incendiadas, el paleto recién partido y la falda arremangada para que no le roce las rodillas. La chaqueta azul se encabrita en la cintura y se retuerce a base de bien.
!No se Quién es! me digo, pero es tarde para tanto pensamiento y el primer !Guau! Me hiela la sangre. Quiero salir a jugar sin que la abuela se entere, y él viene y se pone a husmear. Le agarro del hocico intentando contenerlo pero eso no es un perro, es un cabrito que te mocha a la menor oportunidad. Y no entiendo qué le da la abuela para que el dichoso pastor vasco me vigile como a un rebaño. Al fin le oigo ladrar desde el otro lado de la puerta. Me pongo los zapatos y camino como puedo hasta el portal de la vecina:
-¿Juegas Luci? -grito-. Oigo un zumbido áspero desde el fondo de la casa:
-¿Dónde te crees que vas a estas horas con esta solana? !Sal corriendo para casa, niña!
Regresa cuando las luces se van
La autora de la fotografía pasó desapercibida apesar de su grandeza.