Historias alrededor de una taza de café
- ¿Café ?
- No, té.
- ¿Azúcar ?
- No, sacarina
-¡Hija, Belén qué finolis te has vuelto al paso de los años!
-Jajajaj, ¡qué más quisiera yo!, Gema, esto es obra de mi médico de cabecera. Desciende con las manos por su busto hasta regodearse en la silueta casi plana de la tripa mientras estira la cabeza hacia atrás como una modelo, en una pose estudiada.
Las dos mujeres asienten y sonríen, la radio da el parte de las doce, Belén se levanta, se despoja de su chaqueta turquesa y toma las cortinas estrujándolas mientras proyecta su nariz regordeta hasta el ventanal.
-¿Pero dónde se habrá metido Martina?
En la calle se pasea aún la algarabia de un domingo de ramos. Las palmas se plantan al lado de los zapatos relucientes, las camisas de estreno, los críos correteando, la gente deja tras de si los pasos de otros niños, -aquellos que fueron ayer- embutidos en la primavera de su vida.
-¡Como tarde más no lo voy a poder resistir!- Gema suelta la cortina y Belen asciende al piso superior con la ilusión repiqueteando en la puntera de sus zapatos, regresa con una cajita ancha y aplanada, la aprieta con entusiasmo. Los lazos verdes y oro se desparraman en espirales entre sus dedos ya vividos, trabajados y aún consolidados.
Se oye un ligero manoseo en la puerta, alguien golpea la ventana, Belén la despeja y la luz se cuela de rondón, las manos pálidas de Martina se apegan al cristal mostrando el adios de un anillo en la palidez de su dedo
- ¡Por fin! Martina, ¿dónde te metiste?- impaciente Gema la acompaña por el zaguán hasta alcanzar la sala sin darle tiempo a hablar, sin detenerse en la rigidez de su rostro.
-¡Por fin, Martina!- Belen, se levanta y la abraza con la efusividad de una colegiala.
-¿Café?- ofrece Gema.
-No gracias, responde la recién llegada, Martina, con un amago de sonrisa.
- Nada, que nos hemos pasado las tres al té-, responde Belén.
- En realidad no, no me convienen los excitantes.
Como si fuera una broma Gema le pasa la mano por la cara, como un ciego en ese gesto de necesitar tocar para ver y con toda la dulzura del mundo añade:
- Vale, que a tus años te has pasado a la cerveza y las demás nos hemos quedado en el café-, coloca el envoltorio sobre la mesa y con voz radiante añade: -¿A que no sabéis qué es?
Se miran expectantes a los ojos, el brillo desvanece las arrugas ya selladas en sus piel, Gema parece mucho mayor, su cara está quemada por el sol y sus manos curtidas surgen de las mangas de una blusa beis, de las de siempre. Belen viste con vaqueros, el pelo con rabos sobresalientes teñidos en rubio que le dan un toque hipermoderno, su ropa comprada en tiendas de alta costura descompone las formas de la manga en una forma extraña. Martina ha adelgazado, su cabello encaneció en algún momento entre Navidad y este domingo de reencuentro, su voz clarea entre la sobriedad y una inexplicable timidez, su ropas se despojaron de toda forma vital y se difuminan en tonos vagos entre el pardo y el gris.
Belén absorta rasga el papel que envuelve el regalo, y Gema, -la única que permanece en el pueblo-, contiene una gran sonrisa.
-¡Son fotos, nuestras fotos enmarcadas!
Tres niñas con babis de colegio parecen apoyadas en una sola silla, las coletas pizpiretas se apretujan con las cabezas como si temieran no caber en el exiguo espacio de una foto, los dientes de las muchachas desvelan la muda y el que le falta a una lo tiene otra, las naricillas sustentan un haz de miradas risueñas.
Martina emite chillidos a saltos, como si los contuviera desde el día de aquella foto escolar:
- ¿Pero cómo la conseguiste? Gema orgullosa eleva los hombros y luego los deja caer, luce una dentadura perfecta.
-¡Todavía me acuerdo del día que pusimos picapica en el baño de la seño y a partir de ahí cerraron siempre las puertas!
Sus recuerdos saltan en un griterío de anécdotas, mientras el café, la leche y el té se enfrían ; y la narradora omnisciente -que soy yo- se aleja como si fuera una cámara desplazándose de espaldas a la puerta, y desenfoca la escena, amortigua sus voces en la distancia. Desde la calle se contemplan las cortinas del salón decoradas con bordados, con los tiestos llenos de frondosas alegrías.
¡Ah...la vida!
y se escabulle entre los dinteles
de cualquier rincón.
calle arriba
corre
La vida
La cámara recoge la imagen de la calle serpenteante, alargada y en cuesta, poco a poco deja en el aire la plaza, las callejuelas bulliciosas y el zoom muestra un pueblecito perdido en la dehesa, un mar de encinas salpicadas de flores, los olivos con sus filigranas blancas en sazón, una horda de cigüeñas cazando como amigas y el sol caliente que pinta las lomas de morados fugaces, pinceladas de bermellón, de amarillos recién nacidos, de jaras algodonosas que tiemblan al contacto con el aire y destilan un penetrante olor.
2 comentarios:
Me extrañaba a mí que no hubieses escrito, pero hasta hoy no me apareció ninguna actualización, y la que me apareció hoy es la de la taza de café, no la última, yo tenía en mi blog, lo último que te comenté. Cosas extrañas que pasan por estos mundos. ¿Cuantas historias se han escrito alrededor de una taza de café? pienso que muchas, y se seguirán escribiendo.Besitos.
el café tiene eso de ritual, ya sea a primera hora, después de comer, a la noche... y el olor: ufff mucho más todavía! Saludos
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