Oigo los coches que me mueven deslizando el agua de la lluvia. He bajado las persianas, pero aún así, cuando miro de reojo la cortina imagino la luz moribunda de las farolas desdibujándose como las hojas -cada vez más ocres- bajo los goterones. Cualquiera diría que andamos otra vez al ¡Agua va! A veces estoy por sacar la cabeza del balcón y mirar para arriba. ¿Hay alguien ahí con una regadera? Llevábamos días encapotados igual que en una de esas atmósferas únicas de Prada Poole. Hasta ahora nunca me había planteado si vivía en un agujero de gusano, en un entorno artificial, incluso cuando pienso en la naturaleza porque; ya no quedan árboles que crezcan más de dos metros y medio en los paseos, ni selvas de parque que evoquen el gótico de las fantasmagorías, el marasmo de dedos en la umbría que persiguen tu silueta mientras caminas. No quedan arboles salvajes en las ciudades, lo único auténtico son las ratas que recorren los suburbios y alcantarillas. Las ratas acabarán pinchando nuestra burbuja de felicidad, el camino de túneles con atmósfera controlada, el subterfugio donde nos hemos recluido.
Mis relatos son los ecos del entorno donde habito, residuos de la memoria que coloreo al antojo de este instante llamado mañana, ahora, ayer fundidos con tu respiración al leerlos.
lunes, 30 de marzo de 2020
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